Héroes de Barro

11 diciembre 2006

Deshumanización de los Mitos Deportivos

Otro de los hechos claves por los que estimamos que se destruyen los ídolos deportivos es la deshumanización de estos. Si bien, en nuestra opinión, este no es el caso más grave de destrucción -o la consecuencia más directa- sí que creemos que repercute muy negativamente en la caída del héroe, haciendo esta más lacerante y atroz.

Un deportista deshumanizado es aquel al que se le han privado los caracteres propios del hombre como entelequia. Por supuesto cumple sus funciones básicas como tal, pero entendemos que no conserva los elementos éticos y morales necesarios para ser considerado como una persona estándar.

No queremos dejar pasar la ocasión para citar a Eduardo Galeano que describió esta situación en su libro “el fútbol a sol y sombra”: “el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo a los treinta años.” (Galeano E, 1995) Y es en ese momento, en que el deportista ve que no le queda nada, cuando entiende que ha regalado muchos años de su vida a la voracidad de una sociedad que no lo ha valorado como un hombre, si no como producto, como objeto capaz de generar dinero -para los empresarios del deporte- y satisfacción -para los pobres aficionados-.
Entendemos que debemos llegar a lo más hondo de la situación existente en la sociedad y preguntarnos: ¿Por qué se produce esa deshumanización?

Según Ángel Cappa, entrenador argentino que se sale del arquetipo de deportista centrado únicamente en su profesión, es debido a tres factores combinables y entrelazados.
El primero es la falta de cultura de la que suelen adolecer los deportistas de alto nivel.

Los más grandes ídolos deportivos, con los que más se identifican las masas, son los que suelen aparecer desde los barrios más marginales, en las situaciones de mayor conflicto y menos recursos posibles. (Guterman T, 2000) Eso ya les supone una gran dificultad para formarse integramente, y al verse obligados a entrenar tantas horas y, por tanto, consagrar casi exclusivamente su vida a ello, no tienen tiempo de educarse como los demás ciudadanos y sufren la falta de conocimiento mínimo y básico para relacionarse con los demás. “Se le reprocha al jugador la carencia de un derecho que se le niega. Primero, como intengrante de una clase social marginada, le recortamos la posibilidad de completar una educación adecuada…” (Cappa A, 1996, 190). Es esta carencia de instrucción lo que hace que nosotros le señalemos como un bruto que no se ha preocupado de conocer lo más mínimo y que hagamos mofa y befa de el pobre deportista. Es otra forma de matar al héroe. “El amor y el odio son los dos polos que forman la idolatría, con la misma fuerza. A John Lennon le mató un admirador, alguien que lo amaba” (Cappa A, 1996, 190).

El segundo es la inseguridad que se crea en el deportista al arrancarlo de su círculo familiar y de amistades. El jugador se ve relacionando en otro “hábitat” distinto del que provenía. Tiene que aprender a comportarse delante de Eminencias, en restaurantes de lujo, en esferas sociales hipócritas donde la imagen es lo más importante y, ante todo, trata de no salir mal parado. Intenta ocultar su ignorancia imitando a sus “maestros” hasta tal punto que pierden la noción de lo que son ellos mismos. “Los instruidos, en este caso, sirven de referencia para el jugador que comienza a vestirse como él, a aprender el uso de los cubiertos, a elegir los restaurantes, a hablar como él, y finalmente y para su desgracia a pensar como él” (Cappa A, 1996, 190). Es en estos momentos en los que es capaz de renegar de los únicos que realmente quieren lo mejor para él, su familia. Sus seres queridos se han quedado en la barriada pobre y desfavorecida de la que él consiguió escapar con mucho esfuerzo. Siguen siendo humildes y no sabe si, en su nuevo status social, van a entender sus orígenes. Por eso reniega, para no ser identificado con ellos, perdiendo así el único lazo amistoso y verdadero que le quedaba. “Vive temiendo que lo identifiquen con su barrio, con su gente, a la que considera él también, inculta” (Cappa A, 1996, 190).

Existe una estupenda película llamada “Granujas de Medio Pelo” (Allen W, 2000) que, aunque nada tiene que ver con el deporte, sí que hace una ácida crítica de este fenómeno. Allen retrata a aquellas personas humildes que rápidamente consiguen una gran cantidad de dinero y comprenden que han de adaptarse a su nuevo círculo de amigos ya que imperan otros valores diferentes a los que ellos conocen.
Esos “nuevos ricos” tienen que volver a aprender a relacionarse, gastan fortunas en adornos carentes de valor, compran ropa, coches o cualquier elemento que sirva para ganar reconocimiento, incluso aunque no les gusten o no los necesiten. La estulticia se radicaliza en la película en el momento en que un personaje comienza a estudiarse el diccionario para aparentar cultura delante de los demás. Pero eso sólo ocurre en la ficción… ¿O no?

El tercero se entremezcla con el segundo y devienen entre sí. La eliminación de las primeras culturas acarrea un cambio sustancial en la escala de valores. De tanto ver como natural el culto al cuerpo, al dinero y a la vanidad, lo contingente se vuelve necesario y comienza una permutación de esencias morales que pervierte la buena fe y conducta del deportista. Lo bueno es lo que se puede comprar con dinero y es mejor cuanto más caro sea. Así, lo importante no son los amigos que hacemos por nuestra forma de ser, si no los que podemos comprar a base de invitaciones y regalos. Esta irrealidad en la que se mueve el deportista le arrastra a una durísima caída en el momento en que la fortuna le vuelve la espalda, se puede expresar así o poéticamente: “Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.” (Galeano E, 1995)

Concluyendo, lo que queremos decir es que todos tenemos culpa en este Status Quo existente. Los medios, la publicidad y el espectáculo por perseguir el dinero antes que cualquier valor más ético y moral pero también el deportista que se deja arrastrar por lo más llamativo y espectacular -“El dinero lo vuelve todo patas arriba” (Russell B, 1932)- Una actitud que sólo se puede corregir con una muy buena educación desde la base, en la familia, cuando el futuro deportista está aprendiendo los valores más importantes. Claro, que habría que preguntarse si los padres preferirían educar bien a su hijo o que este se convierta en una superestrella de algún deporte muy mediatizado, pero sobre esto ya no versa nuestro trabajo…